Como todas las tardes, Fusco y yo salimos a dar una vuelta. Yo me relajo, él otea mestizas.
De vuelta a casa, a pocos metros del portal, me encuentro con una antigua novia de adolescencia. Hace doce años que no la beso.
-¿Qué has hecho todo este tiempo?
- No mucho; ya ves - señalo a un Fusco atento.
- ¿Me amaste?
¿Déjà-vu?
- Bueno, yo...
- No cambiarás nunca. Igual de dubitativo que cuando yo era la mujer de tu vida. ¿Sigues con esa manía tuya con Hamlet?
- Bueno, es posible que...
- !Dios mío, eres el de siempre! ¿Y este perro?
Fusco la mira con atención inusitada. Me da miedo.
- Recuerdo que decías que la felicidad era leer un libro mientras se escucha música con un perro al lado. Nunca me incluiste en la ecuación.
- Era un metáfora fácil. Lo que realmente quería decir es que tú eras todo lo que necesitaba para ser feliz.
- !Ja, ja! Igual de zalamero, igual de cuentista.
Miradas encadenadas.Un autobús pasa a nuestro lado apagando su voz con un atronador ruido a motor desajustado. La pausa regalada me permite observarla. Hermosa. Melena castaña clara e iluminados ojos verdes. Camiseta blanca y pantalón vaquero; no necesita más. Magnífico envoltorio pero pobre comparado con su esplendoroso contenido. Quiero estirar el tiempo.
Ofrezco un café. Tensión.
Acepta.
En una cafetería:
- ¿Por qué acabó todo?
- Porque yo conocí a otro. Era más atento, considerado, guapo, inteligente, atractivo y alto que tú.
- ¿Mejor amante?
- También, por supuesto. !Ja, ja! Se me olvidaba tu testosterona.
Fusco olfatea a mis pies. Sé que está rastreando mi ego.
- ¿Sigues con él?
- No. Apareció, otro más atento, considerado, guapo, inteligente, atractivo, alto y mejor amante que él.
Me sigue asombrando su memoria. Recuerdo que cuando repetíamos un restaurante dos veces ella ya no necesitaba leer el menú.
- Bueno tengo que irme.
- ¿Tan pronto?
- Han sido diez minutos. Tú solías ser más rápido.
- ¿Volveré a verte?
- No lo sé. Adiós.
- Adiós.
Y mientras aquella mujer, que hacia años me había emborrachado en felicidad, se aleja entre las mesas, yo acaricio una oreja a Fusco que me dice que no me preocupe, que tiene mi ego bien agarrado con una pata.
Pero al llegar al final de la terraza, ella da la vuelta y camina de nuevo hacia mi. Miro la mesa buscando el objeto que no se ha olvidado. Se acerca. Ya está aquí. Sonríe. Me coge la barbilla, me besa en la mejilla y susurra al oído:
- El tiempo en que estuvimos juntos fui feliz.
A veces la fuerte pata de Fusco no es suficiente para agarrar un ego disparado hacia el cielo.
En una mesa cercana una perra mestiza se relame mientras su "ama", una hermosa...