Como todas las tardes, Fusco y yo salimos a dar una vuelta. Yo me relajo, él otea mestizas.
De vuelta a casa, a pocos metros del portal, me encuentro con una antigua novia de adolescencia.
Un huracán sin viento, un terremoto sin vibraciones y una tormenta sin truenos anuncian su caminar sobre una acera que parece ser lo único que permanece inalterado a su alrededor. Su poblada melena rubia, embajadora del sol, es un modesto marco para un rostro muestrario de perfecciones. Sus labios, modelo para el diseño de frutos tropicales, no conoce más gesto que la sonrisa. Su cuerpo, imán de miradas, no es continente de órganos y vísceras, sino un homenaje a la divina creación: una llamada a la lujuria, al arrebato, al puñetazo en el pecho, al gemido, a arañarse y desplomarse de rodillas para apaciguar un corazón que ante su visión se desboca como un caballo espoleado.
Hace diez años y tres meses y medio que no me subo a una banqueta para besarla.
Me ve, se acerca, me habla. Creo que existo. Mis pantalones han encogido dos tallas.
-¿Qué has hecho todo este tiempo?
- No mucho; ya ves - señalo a un Fusco tumbado sobre su espalda y que cruza las patas delanteras detrás de la cabeza.
- ¿Me amaste?
A veces los sucesos azarosos se repiten con tanta frecuencia que llevan a pensar que están unidos por algún lazo intencional. Me resisto a caer en el pensamiento supersticioso.
Mis neuronas se sobrecalientan, pero nada sale por mi boca. Me siento como un condenado frente a un pelotón de incompetentes que no sé a que esperan para disparar.
- No - me escucho a mi mismo; claro y rotundo, tan sorprendido como frustrado por no haberme bebido a los diez años todo el ácido sulfúrico de mi Cheminova.
-Yo a ti también. Lo malo es que sólo me duró hasta que te conocí en persona, pero bueno, mientras soñaba con el momento en que nos encontraríamos fui muy feliz. ¡Hala, me voy que tengo hora en el solarium!
Y antes de proseguir su gratuito y generoso show diario se agacha y me besa: en la frente. La imagen de las torres gemelas desplomándose viene a mi memoria.
Fusco me mira, y puedo percibir una sonrisa entre tierna e irónica.
- Vámonos, ya arrastro yo tu ego - me dice.
- Vamos - respondo mientras noto que mis pantalones me quedan flojos - ¿Han pulido el suelo del portal o es una impresión?