Yo no soy tonto. Sé que nadie se cree que mi perro hable, es más, estoy seguro de que casi todo el mundo está convencido de que ningún perro puede hablar.
Yo compartía estos postulados hasta que un día, conduciendo camino de Pais me equivoqué de carretera, y pretendiendo llegar a Lugo aparecí a cinco quilómetros de Pontevedra. Para los que no estén familiarizados con la geografía gallega, les diré que entre las dos ciudades hay algo así como ciento veinte quilómetros de distancia
En la radio del coche sonaba "La caballería rusticana" y justo antes de su "Intermezzo" escuché una voz:
- Si hubieses nacido en el siglo XV, tú habrías descubierto América pretendiendo llegar a Arcade.
Arcade es una pequeña villa famosa por sus ostras y que se asienta en el fondo de la ría de Vigo.
En un primer momento creí que simplemente se trataba de una interferencia de la radio, extraña, pero interferencia de tono grave y dicción cristalina.
- !Qué no te enteras! Estamos perdidos.
Aquello ya no era la radio. Me dio un escalofrío que despertó en mi mente un repaso a toda la semiología psicopatológica. Podría tratarse de una ilusión auditiva, de una pseudo alucinación o incluso una alucinación en toda regla. Fuese lo que fuese no era algo agradable. Entre sus causas podía estar una improbable intoxicación, un tumor que yo visualizaba como enorme y cómodamente sentado en la silla turca o lo peor de todo: esquizofrenia.
- Anda con el "orientado". Ochenta kilómetros por una carretera equivocada...
En ese momento me di cuenta que aquella voz no iba desatinada. Una enorme señal indicando "PONTEVEDRA 6 km" era la prueba evidente de que, en vez de acercarme a Pais estaba doscientos cincuenta quilómetros más lejos.
Orillé el coche. No estaba en condiciones de seguir al volante. Apagué la radio, y por unos instantes me detuve a escuchar mi propia mente. Nada. Pasaron unos minutos hasta que:
- Si vamos a quedar aquí, creo que sería recomendable que te planteases la posibilidad de dejarme salir del transportín.
La voz, más clara en esta ocasión, venía de la parte trasera del coche. Y aquello tenía mucho sentido si Fusco lo estuviera diciendo, pero los perros no hablaban. Bueno, hasta aquel momento.
Abrí la puerta de un impulso y me acerqué al maletero del coche, en dónde estaba Fusco recostado en su transportín. Le miré a través de la rejilla y entonces él volteó la cabeza dirigiéndome su mirada. Elevó los belfos y dijo:
- Amigo. Creías que quedaban pocas cosas que podría sorprenderte. Y cierra la boca, que no soy tu dentista.
- !Tú no puedes hablar!
- ¡Seguro! Ábreme que quiero estirar las patas. Comprenderás que teniendo cuatro las ganas se multiplican...
Abrí como un siervo acostumbrando a obedecer sin matizaciones. Fusco saltó, dio dos vueltas alrededor del coche, se acercó a un árbol y vació su vejiga.
- ¡Ah! Esto es vida.
Cuando hubo acabado se acercó a mi, se sentó doblando sus patas traseras y me dijo.
- Escucha. Los perros hablamos, hablamos todos y hablamos bien. Otra cosa es que queramos que vosotros lo sepáis.
- Bueno, y entonces que haces tú hablando conmigo? ¿Y qué hago yo hablándole a un perro? ¿ Y que hago yo hablando en voz alta? !Dios, me estoy volviendo loco!
- Tranquilo, que esa tarea no está por hacer, hace tiempo que la tienes rematada. Trata de relajarte y escucha con atención.
Fusco se puso solemne y añadió:
- Antes de que vosotros aprendieseis a hablar, y con ello a insultaros unos a otros, nosotros ya conocíamos ese arte. La experiencia nos ha demostrado que es mucho más valioso un buen oído que una maravillosa lengua y es por eso que no la sacamos mucho a relucir. Es nuestro secreto y así seguirá siendo.
- ¡Pues ahora ya no será un secreto!
- ¡Ja ja ja! Mi querido "amo" - esta fue la primera vez que oí lo de amo entrecomillado - un perro no le habla a cualquiera. Ya sabes que somos reconocidos por nuestra fidelidad y en este caso todo perro debe ser un fiel custodio del secreto. Lo que ocurre es que contigo estará bien cuidado.
-¿ Tú crees? - respondí yo, realmente bastante acomodado a la nueva comunicación canino-humana.
- Contextúate. Un tipo que moja las patatas fritas en el yogur, que toma el postre entre el primer y segundo plato, que no sabe el Padrenuestro pero que recita a Shakespeare, que colecciona enciclopedias caducadas, que es capaz de recorrer tres mil quilómetros para averiguar porqué un músico sale sonriendo en una foto centenaria, que cuenta lo coches alemanes que se averían en la autopista, que es capaz de ir tres veces al cine para ver una película sin enterarse hasta el cabo de media hora de que es la misma, que sale de casa con un zapato de cada par, que rema en su piragua a media noche, y así indefinidamente, ya es lo bastante extraño como para ser totalmente seguro. Y si no me crees ve y di a quien quieras que tu perro te habla...
Cuando acabó de decir esto Fusco se metió de un salto en su transportín y me dijo:
- Ahora cambia de sentido, toma la A3. Una vez en Ferrol, tira directo a Pais, y cambia de emisora, por favor.
Yo ya quería mucho a Fusco sin que me hablase. Las cosas como son.
Nota sobre la fotografía: En una ocasión, antes de viajar a París, Fusco me pidió que tratase de fotografiar la estatua de Fuuf, el perro que, según parece, ayudó a diseñar Notre Dame. Lo busqué entre las esculturas de la fachada y allí estaba. Observen lo que hace con su pata.