M querido "amo"
Perdona la licencia que me he permitido con las comillas. Nosotros sabemos como es nuestra relación.
Antes de responder a la pregunta sobre tu pariente obsesivo, permíteme que te recuerde que el jueves que viene es el aniversario de Yorick. Te agradecería que comprases un costillar de ternera para celebrarlo adecuadamente. He escrito una canción para ella. La interpretaré acompañado de música de percusión a la vez que bailaré marcando el ritmo con mi cola. Yorick ama la música y adora mi particular estilo de moverme.
Tu primo está preocupado porque no deja de obsesionarse con algunos pensamientos. Te relataré una historia.
Hace algunos años me contó un amigo que su abuelo, que era originario de una lejana región de Asia (hace años que los perros decidimos pasar de esas cosas que vosotros llamáis naciones y países), le había relatado una historia sobre un perro y un hueso.
En la ciudad de Kailfet, en la lejana región de Luyin, vivía una comunidad de perros. Todas las mañanas salían a cazar antílopes. No se atrevían con los más grandes, pero eran francamente buenos cuando se trataba de atrapar a alguna cría de buen tamaño. Una mañana de invierno - los inviernos en Luyin son crudos y el hielo puede cubrir el suelo durante meses- todos lo perros salieron a cazar como de costumbre. Tras una loma encontraron a un grupo de ciervos pastando en la orilla de un rio. En una perfecta maniobra de coordinación, los perros atraparon a un ciervo macho que cayó sin mostrar mucha resistencia, como si supiera lo inútil que sería agotar sus últimas energías en un esfuerzo vano. Todos lo perros tuvieron su ración, desde el más fuerte al más débil y pequeño. Las madres también pudieron aprovisionarse para sus cachorros. Al final, algunos de los perros, los más influyentes, se retiraron con algunos sabrosos huesos que enterraron cuidadosamente.
Cuando acabaron el banquete cada uno se retiró a sus asuntos; unos con sus familias y otros con sus amigos. Los más jóvenes, como siempre se dedicaron a fanfarronear sobre su papel en la cacería para impresionar a las perritas más jóvenes, quienes como siempre, pasaban su mirada por encima de la cruz para ver a los más fuertes y maduros de la comunidad, que eran los que realmente les gustaban.
Durante la noche hubo una fuerte tormenta. No es extraño que haya temporales por aquellas latitudes, pero en aquella ocasión el viento fue especialmente virulento. Arrancó árboles, movió piedras e incluso confundió a los pájaros.
Cuando a la mañana siguiente Uff, que así se llamaba uno de los perros más respetados, vio el paisaje se sintió desolado. Había soñado con premiarse con el sabroso hueso de la paletilla que enterrara el día anterior. Tenía un problema; el árbol a cuya sombra había ocultado su trofeo ya no estaba, y con tanto hielo su olfato no le servía más que para percibir el olor de su propia decepción.
Por unos instantes estudió la situación y con gran alegría empezó a escarbar. Estaba seguro de que había encontrado su hueso. Se equivocó; allí no había nada. Lo intentó en otro lugar, y en otro, y en otro más. Siempre la misma decepción: el hueso no aparecía.
Aquel día no hizo otra cosa que escarbar hasta que llegó la noche y cayó rendido de cansancio. Sus amigos no se estrañaron, le conocían y sabía que cuando se empeñaba en algo era una tarea inútil intentar disuadirle.
Pasaron los días y pasaron las semanas y Uff, no dejaba de escarbar, y cuando descansaba era simplemente para reproducir sus movimientos del día de la cacería para ver si así encontraba su preciado hueso. Después de quince días de infructuosas pesquisas sus amigos empezaron a preocuparse. Se negaba a ir de caza y apenas atendía a las conversaciones cuando se le hablaba.
- Se que está por aquí - decía repetidamente.
- Pero perro, no te das cuenta que estás perdiendo la oportunidad de cazar piezas más preciadas. Ni te has dado cuenta de que han venido unas perritas preciosas a pasar el verano.
- Si, ya, pero tengo que arreglar esto antes. Estoy a punto de encontrarlo.
Ufff, el perro más viejo y sabio estaba consternado. En sus años había conocido a perros obstinados, pero nada parecido a esto. A veces un perro se obcecaba en la búsqueda de un hueso hasta escarbar unos metros de profundidad, pero esto era demasiado.
Pasaron las semanas y Uff seguía con su obsesión. Ni las perras, que tanto le habían gustado, lograban quitarle de la cabeza la idea de encontrar su hueso. Con el tiempo, el resto de la comunidad empezó a ver su comportamiento como algo cotidiano, natural. Se habían dado por vencidos. Nada ni nadie parecía capaz de hacerle ver que estaba perdiéndose todo lo excitante y novedoso que estaba ocurriendo a su alrededor.
Un día, al cabo algunos años, Uff, encontró algo duro mientras escarbaba. En aquella ocasión no se había equivocado. El hueso estaba allí. Se sintió feliz, estaba eufórico. ¿Quién era el tonto ahora? Todos se habían equivocado. Su perseveración, por fin, había tenido recompensa.
Cogió con cuidado su hueso y se recostó sobre un manto de hierba, para, por fin, deleitarse con su trofeo.
Abrió la boca y apretó con fuerza, hasta que sintió un agudo e intenso dolor.
Con tanto tiempo, había perdido los dientes. Ni uno solo le quedaba para poder romper y así saborear su adorado hueso.
Lentamente arrastró la paletilla hasta su agujero y volvió a enterrarla.
Uff estaba tan triste que se murió al cabo de unos días. Pocos animales acudieron a su funeral. Había estado tan ocupado que no tuvo tiempo de tener hijos. A sus amigos apenas les trataba.
Con cariño
Fusco.
P.D.: Recuerda que tienes que traerme el cargador para el móvil.